Teresita Reyes: “Me transformé en mina de un día para otro y tenía que lidiar con eso. No me reconocía a mí misma”.

A un mes de cumplir 69 años, esta actriz de origen palestino por el lado materno, con 4 hijos y 3 nietos, declara estar lejos de su mejor papel. Quizás por eso –y luego de su célebre, aunque malvado personaje de Verdades ocultas de Mega, canal televisivo donde renueva contrato en abril–, se sumó al elenco de Piratas del Caribe, una comedia musical con fecha de estreno para enero y en la que, nuevamente, personifica a una auténtica villana. Registro muy diferente al de personajes que encarnó en otras dos recordadas teleseries, como Machos y Hippie, ambas de Canal 13. En esta entrevista, comparte su experiencia de vivir con sobrepeso y de cómo logró, a punta de esfuerzo y constancia, reinventarse como flaca, y mina, además.

 

Por Antonio Muñoz, Peridista PUC

 

Cómo era tu vida antes de someterte a la operación?

“A mí me iba bien. Gordita o no gordita, nunca me faltó la pega. Si lo hice, fue más porque mis compañeros, con los que estaba haciendo Machos, se preocuparon mucho porque estaba muy gorda. Estaba pesando 117 kilos. Como Canal 13 tenía ese programa Diagnóstico, donde me estaban ofreciendo todo gratis, dije: ‘¡Ya, me opero no más!’. A los 15 días ya estaba operada. Fue una decisión totalmente emocional. Pero ¡qué bueno que lo hice!, porque cuando me mandaron a hacerme los exámenes, ya me estaba enfermando. Tenía hígado graso, glicemia y ácido úrico alto. No sé si hubiera podido con un tratamiento en vez de la operación, porque 117 kilos, a punta de fuerza de voluntad, mmm, la verdad es que ya se me había ido, porque yo subía, bajaba, subía, bajaba”.

 

¿Desde siempre tuviste este tema del sobrepeso?

“Desde siempre. Es genético, totalmente. Como a los 8 años empecé a engordar, pero nunca tan exagerado, porque egresé del colegio con 78 kilos. Y, en la universidad, me dijo una profesora: ‘Mira, tú eres muy buena, pero, ¿qué quieres hacer de tu vida: que se rían de ti o que se rían contigo?’ Me mató esa pregunta. Y me puse a dieta desde enero hasta marzo. Volví con 30 kilos menos. Como estaban las anfetaminas y todos esos remedios que te daban antes, me mantuve en ese peso hasta casarme, 5 años después, pero empepá, que no es la gracia. Después, de nuevo empecé a ganar peso. Cuando me embaracé de mi primer hijo, eso ya fue una cosa terrible. ¡Subí 37 kilos! Y vinieron altiro el segundo, el tercero y el cuarto hijo. Ya no pude adelgazar más. Y me operé. Pero me puse la banda gástrica, no el bypass, que es como una pitita en la boca del
estómago y te lo cierran un poco para que pase una mínima cantidad de comida. Me demoraba un siglo en comerme algo.
Y había cosas que no podía comer. Me iba a vomitar como una loca. Fueron 3 años bien espantosos”.

 

¿Cuánto lograste bajar en ese período?

“Después de 3 años y medio de dieta, bajé 52 kilos. Pero me tomé mi tiempo, porque habría podido bajar eso en 6 meses, pero no era la gracia, porque lo que quería era educar la cabecita. Por eso me apoyé en un tratamiento psicológico que duró dos años y cuyo objetivo era llevar mi cuerpo y mi mente de nuevo. Era un tratamiento como: ‘Hazte cargo de tu vida, de tu
cuerpo, de los kilos’. Estuve dos años con nutrióloga. Fue bien intensiva la cosa, y lo logré. Logré no vomitar tanto, porque de
repente la carne se me atravesaba y quedaba muy mal. Espantoso. Me mantuve así durante muchos años. Y, hace 3, me
saqué la banda. Ahora estoy sin nada”.

 

¿Cómo fue la transición desde la Teresita Reyes con sobrepeso a la que eres hoy?

“Me costó mucho. Afectó todos los ámbitos de mi vida. Tenía ojitos por ahí que miraban, que antes eran muy amigos no más. Entonces me dije: ‘Chuta, no puedo estar ni abrazando ni webeando’. Me transformé en mina de un día para otro y tenía
que lidiar con eso. O sea, iba caminando en la calle, pasaba frente a una ventana, me miraba y me decía: ‘Uy’. Y volvía de
nuevo. No me reconocía a mí misma. Y, claro, cambiaron varias cosas. Empecé, también, a sentir un poquito de celo hacia
mí. Todas esas cosas que no sentí nunca. Pero no es que no haya sido atractiva antes. Siempre fui atractiva, porque era una
gordita simpática, buena moza y, lo mejor de todo, con buen sentido del humor. Pero lo que sí me estaba faltando era la amistad incondicional. Entonces, sentí que la gente cambió conmigo. También lo hablamos con mi psicólogo y lo superamos”.

 

¿Fue como renacer?

“No sé si renacer. Es quererte más. Es saber que tienes que preocuparte de ti, que tú eres importante, que tú tienes que
quererte. Es todo un círculo esta cuestión. O sea, me va mal y recurro a la comida; me va bien, recurro a la comida. Y no
podía romper ese círculo hasta que ¡ya!, se produjo la cosa. Pero me saqué la banda porque me estaba haciendo una úlcera en el estómago, y fue como que abrieran el establo y soltaran al potro, porque fue tener toda la libertad del mundo. Todo
me entraba, no tenía que vomitar. Me descontrolé completamente. Esto fue hace 3 años, en el 2015, y pesaba 15 kilos más que ahora”.

 

¿Y te desordenaste con las comidas?

“Claro. Cuando empecé a verme gorda, pero no tanto, la gente no se daba cuenta, porque soy de ese tipo de gordita que le
engorda todo parejo, desde el pelo hasta abajo. Pero yo me veía, veía que se me salía el rollo, que estaba más ancha, más
“sanita”. De la talla 40 pasé a la 48. ¡Las vestuaristas estaban indignadas conmigo! Así que decidí: ‘¡Se acabó esta cuestión!’.
Me fui a hacer ese examen de saliva que te permite saber lo que puedes y no puedes comer, y salió que era alérgica al gluten y a la lactosa. Me cagaron la vida, porque no sabía qué comer. Empecé a buscar en Internet y hoy me estoy alimentando
más sano. Bajé 9 kilos y no quiero bajar más. Me vi en unas fotos de esa época y tenía el rostro muy demacrado, enfermo.
No vale la pena, si ya estoy vieja. No me voy a preocupar del rollo más o del rollo menos, pero la carita tiene que ser más o menos agradable. Por eso me he mantenido en 66 kilos, con la galletita de arroz, con mermelada dietética. Con cuatro son 50 calorías y quedo bien. Me demoro en comerlas para que no se acaben, porque de repente me baja la ansiedad. Me hago mi desayuno de frutas con avena, con chía, linaza, ¡hasta con Goji! Todo saludable. Y me acostumbré. Ahora no soporto las frituras. Solo puedo comer sopas de verduras en el almuerzo, y muchas ensaladas de todo tipo. Puedo comer 4 frutas en el día, hasta 5, pero antes de almuerzo. El pollo no me gusta mucho ya, pero sí como mucho pavo y mucho pescado. Huevos, también. En la noche mi comida es ensalada con huevos revueltos con semillas”.

 

¿Tomas algún suplemento?

“Tomo vitaminas y minerales. Tengo que tomar de todo, porque mi alimentación ya no es completa como debe ser. Es sana, pero no completa. Yo tendría que comer pan, arroz, fideos, pero los reemplacé por productos sin gluten”.

¿Sentiste que la Teresita prebanda estaba condenada a cumplir determinados papeles en la TV?

“Cuando estaba en 117 kilos, tenía personajes populares, pero nunca los sentí discriminatorios. Siempre hice de señora de clase media, de verdulera, de empleada… ¡hice una que hasta bailaba tap! Qué manera de divertirme, qué manera de aprender con esos papeles”.

 

¿Y ahora que eres mina?

“Todavía no llegamos a la clase alta-alta. Ahora, sí debo reconocer que en el teatro he hecho de todo, porque no hay problemas. Antes y ahora, gordita y todo. En cine también es así, porque los papeles de gordo se los dan a los actores. En cambio, la televisión te castiga. Son más los productores que quieren que los personajes se vean bonitos y, a mi modo de entender, los habría hecho normales: hay gordos, flacos; hay feos, bonitos; hay rubios, negros”.

 

Pero el hecho de perder tallas, ¿te favoreció en general para optar a más papeles?

“Sí, obvio. A mí, a mi vida personal, a quererme, a sentirme regia. A mis años, sentirme provocativa y estupenda, una sex symbol de la tercera edad. Pero, antes muerta que sencilla. Ando con mis pantalones rajados. Valor, porque ya no tengo 15 años”.

 

Desde tu experiencia personal, ¿cómo te explicas la tendencia actual al sobrepeso en Chile?

“No es una tendencia; estamos en sobrepeso. En Chile, en los años 60 y 70, había muy pocos gordos porque se caminaba más, porque los alimentos eran mucho menos procesados, más naturales, era otra cosa. Cuando Chile comenzó a crecer económicamente, empezamos con este tema y llegaron las famosas cadenas de comida chatarra que, por luca y media, te comes la hamburguesa así de grande con la bebida. Obvio, sale mucho más barato para los papás. Ahí está la cosa. Además,
estamos absolutamente sedentarios con la Internet, con el computador, con el celular. ¡El único ejercicio que se hace es con los pulgares! Atroz. Todo el mundo anda en auto porque las distancias son apoteósicas. En esos tiempos, sí funcionaba la locomoción. Bajabas y tenías que caminar tres o cuatro cuadras. Ahora, si el bus no te deja en la puerta de la casa, no bajas. Esto viene siendo un cambio cultural profundo”.

 

¿Cómo combates el sedentarismo?

“De momento, tengo el brazo malo, porque me desgarré dos tendones. Estoy con kinesiología y ya lo puedo subir. Por eso no puedo hacer ejercicios. Pero hago meditación y la mitad del yoga, ¡porque con la otra parte no puedo, jajajaja! Y camino, aunque reconozco que soy más bien sedentaria. Mis gustos son sedentarios. Me gusta pintar, bordar, coser, leer,  e gusta Netflix. ¡Me he visto todas las series! Me gustó mucho el Pilates y lo quiero retomar. Estuve como dos años y estaba regia. Y es maravilloso, porque tú piensas que no haces ningún ejercicio, y al otro día te duele hasta el alma. Como es tan liviano, no te das cuenta de cuánto has movido los músculos. ¡Es exquisito! Y natación, que hago en la casa. Me tiro a la piscina y nado una, dos, tres, cuatro brazadas. Y me salgo”.

 

El próximo mes cumplirás 69 años…

“Es un hermoso número, pero muy malo para mí, porque después cumplo 70 y ¡cagamos, pues! Ahí vives con lo que el Caballero quiere que vivas. No tengo un tema con la edad. Me pude haber puesto 58 años y la gente pudo haber dicho: ‘Puchas la Tere que se ha mantenido mal con 58 años’. No es lo mismo que tener 68 y que te digan: ‘¡Pero no puede ser! Yo pensé que tenías mucho menos’. En general, luzco bien, pero ya tengo mis años y se notan. ¡Pero este tarrito todavía tiene manjar! Ese es el mejor piropo que me ha tirado alguien en Internet en mi vida. Nunca lo había escuchado”.

 

Quien lo dijo, hoy sería acusado de acoso.

“¡Pero toda esta cosa absolutista, fundamentalista, que es como cuadrada, es espantosa! Echo de menos un piropito de
repente. ‘Puchas, que está rica mijita’. Uno lo agradece. Ahora no, porque te cuesta 200 lucas la gracia. Entonces, estoy por pagar esa plata para que alguien me piropee. Lo que pasa es que nos vamos al chancho. ¡Es ridículo! Hay que tener un poco de criterio. Hay unos tipos que me he dado vuelta para cachetearlos porque te dicen unas ordinarieces tremendas, pero son los menos. El piropo tiene esa cosa picaresca, más tierna. Pero esto otro de: ‘Mijita, le pasaría la lengua entera’. ¡Eso no! Me di vuelta una vez y le aforré un combo a un webón porque me hizo sentir pésimo. Fue un piropo sucio, indecente, atroz”.

 

¿Qué le aconsejarías a alguno de nuestros lectores que esté atravesando por una experiencia similar a la que tú viviste en 2003?

“Que se desnude frente a un espejo –yo lo hice varias veces– y que se vea. Si lo que ve ahí lo satisface y le gusta, vuelva a vestirse y sea feliz. Pero si lo que ve ahí lo angustia, lo avergüenza, le corren lágrimas, vaya y busque el mejor consejo para terminar con esa gordura y se pueda apreciar a sí mismo como quiere. Hay gente que se quiere gorda, ¡maravilloso! Y vive feliz siendo gorda, no hay problema. Pero la que no, no la van a mirar jamás porque anda escondiéndose las pechugas, que la guata, etc. No, pues. ¡Es una cosa de actitud! Para eso tienes que quererte. Es como hacerte amiga de tu cuerpo. Yo he logrado eso de a poco. Soy feliz así, tal como estoy. Pero vestida, porque en pelotas… sufro en el verano. La verdad es que no he tenido la valentía de pegarme un recauchaje, que es lo que tendría que haber hecho. Ni cagando me hago la cirugía, es dolorosa y digo: ‘¿Para qué?’ Estoy sana y voy a poder durar bastantes años más con mis nietos, haciendo cosas que me gustan. O sea, uno nunca tiene esto comprado, porque no sabes cuánto tiempo vas a vivir. Pero, como no lo sabes, trata de vivir lo mejor posible. Entonces, tienes que hacer ese ejercicio y mirarte a fondo. Y llorar, putear, gritar, lo que sea, lo que te provoque esa imagen a ti. Pero con conciencia, porque hay mucha gente que se mira muy críticamente. Yo siempre me encuentro gorda, porque hay un tema de uno. Siempre le digo a la gente: ‘Nunca voy a dejar de ser obesa, porque mi genética es de obesa’. Recién ahora estoy aprendiendo a ponerme poca comida en el plato, porque como poco. Antes me llenaba el plato y, al final, quedaba todo. Es una cosa  psicológica, pero cuesta cambiar. Es un cambio de vida. Y hay genes, cosas hereditarias. Pero se puede; cuando uno quiere, puede. Pero cuesta. Yo me sentía pésimo. Lo único que quería era que me sacaran la banda, porque estaba almorzando y corría al baño a vomitar. Me tenía chata esa cuestión. Y ahora que me la saqué, es como si me hubiera sacado un castigo. Me tenían frenada, pero en todos esos años que estuve frenada pude aprender. Es un tema de autodominio. Todo depende de mí. Paso de supermercado en supermercado buscando cosas sin gluten, pero el cortado me lo tomo sin lactosa y con la pastillita anti lactosa, porque, si no, me hincho y no estés cerca de mí
porque puede ser grado 3. ¡Horrible! Así (finge un estómago abultado). Y no puedes contenerlo. ‘¿Pero quién se tiró….?’ ‘Fui yo, perdón, es que la banda gástrica’. Los tenía enfermos con el cuento de la banda gástrica. Me acuerdo que estábamos grabando Hippie y yo era la mamá Chela, que fumaba marihuana y todo la vieja. Y Gonzalo Valenzuela se recostó en mi regazo, regaloneando, hasta que me sonaron las tripas. Sentí el ruido (lo imita) y miro a Gonzalo y él lloraba de la risa. Tuvimos que dejar para el final la grabación de la escena. ‘Los sonidistas, que omitan esa parte por favor’. ¡He pasado hartas vergüenzas!”.

 

Entrevista publicada originalmente en la Edición 176 de El Guardián de la Salud. Enero 2019.